El proceso del olvido

No podía dejar el tema a un lado, pero tampoco quería que las prisas me hicieran decir (bueno, escribir) lo que no debiera. Por eso, he esperado hasta cinco días para digerir una tragedia que no es mía. Sólo lo es de las ya 154 personas que han perdido la vida y de sus familias, cuyas imágenes, cuyas declaraciones hoy se disputan todos los telediarios y mañana no querrá nadie.

Será cuestión de semanas, pero ocurrirá porque ese proceso, el de la exaltación para caer en el olvido, es cada vez más rápido. Los hay –puedo asegurarlo- que ya habían culminado ese camino cuando las cifras de fallecidos aún no llegaban a la cincuentena y apenas habían pasado cinco horas de la catástrofe. Los hay que, con ese rictus de tristeza que sólo ciertos presentadores televisivos saben asumir, pueden pasar del lamento a las especulaciones sobre responsabilidades e indemnizaciones millonarias sin que medie una tregua para coger aliento.

Hoy no quiero hablar más de vosotros. Hoy mi recuerdo va para aquellos protagonistas involuntarios a los que jamás les hubiera gustado hablar del precio de las vidas de sus allegados. 

“Mitigar el dolor no es un objetivo del periodismo: presentar la realidad con el máximo grado de verificación, sí”. Juan Varela, La hipocresía del dolor.

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